Octavio Sisco Ricciardi
Si preguntamos a cualquiera que pase por la plaza El Venezolano o conocida también como plaza san Jacinto, dónde se encuentra la casa natal del Libertador Simón Bolívar, casi seguro que esta le indicará con determinante gesto al distraído o ignorante entrevistador la casa enladrillada que tiene a su vista: “¿es que no la ve? ¡Está frente a usted! ¿No ve incluso que tiene hasta una placa bien grande que dice «Simón Bolívar nació en este casa el día 24 de julio de 1783»?” Pero si el encuestador le replica con cierto aire de superioridad al entrevistado “¿sabía usted que esta casa fue declarada monumento nacional en 2002?” Casi seguro le espetará en tono de incrédula sorna “¿cómo me va a decir eso? ¡Esa casa es monumento desde hace muchísimo tiempo!”
En realidad la casa natal del Libertador así como la colección de muebles, pinturas, murales y adornos fue declarada monumento nacional mediante decreto n° 1.886 apenas el 25 de julio de 2002, declaratoria que apareció publicada en la Gaceta Oficial n° 37.557 del 28 de octubre de ese mismo año, día del onomástico de san Simón. ¿Cómo es posible que un inmueble de tanta carga emblemática y medular para la historia de nuestro país ostente esa condición oficial hace menos de dos décadas? Una casa que a principios del siglo XX estuvo casi por desaparecer, en la que operaba varios tinglados desde finales del XIX. ¿Qué explicación puede argumentarse? ¿Desidia, indiferencia, indolencia o cualquier sinónimo que aplique a negligencia?
A principios del siglo XVII Venezuela era un conglomerado de gobernaciones disgregadas bajo dependencia de las Audiencias de Santa Fe y de Santo Domingo, la primera de las cuales, en plena reorganización y expansión, abarcaba el territorio desde Mérida hasta Guayana. Como lo afirma Lucena Garrido (1988) en 1600 se observa que la fuerza de los elementos de dispersión era enorme producto de la disgregación político-administrativa. En el campo económico, no existían instrumentos de cambio, por lo que las perlas, los lienzos o frutos de la tierra actuaban como tales. La articulación -interna y externa- era escasa.
En efecto, la aprobación de la primera ordenanza dictada en suelo americano fue precisamente en la Nueva Ciudad de Cádiz, isla de Cubagua, aprobadas por el Cabildo de la ciudad en su reunión del día 5 de enero de 1537, posteriormente confirmadas un año después por la Corona en Valladolid el 26 de enero de 1538. Bajo ese estilo burocrático con solera ese instrumento legal se centró –sin mucho éxito- a regular el pago en reales que muchos de los extractores y comerciantes de perlas recibían, el cual no se ajustaba a la realidad por un trucado estándar de medida en el peso, estableciendo multas por su infracción. No por acaso en la sección VIP del Infierno de Dante se encuentran los especuladores y estafadores. Una verdadera vida de frontera.
Pero si las condiciones económicas no eran las más favorables, tampoco lo eran las sanitarias. Solo en el siglo XVI, según Archila (1961), hubo un total de cuatro brotes epidémicos de viruela, y en el siglo XVII trece brotes, la primera en 1606 y la última en 1693. También hubo epidemias de sarampión, peste bubónica, fiebre amarilla y bubas. Aunque menos mortíferas, también se reportaron en estos dos primeros siglos (XVI y XVII) epidemias de tifus, escarlatina, tos ferina, difteria, gripe, paludismo, tuberculosis y lepra, entre otras. Un elenco destacado de plagas descritas en el Antiguo Testamento.
Con la entrada en el siglo XVIII la Corona española eleva la entidad territorial venezolana al estatus de Capitanía General de Venezuela (8 de septiembre de 1777). Esta nueva condición no era gratuita porque generalmente las capitanías generales por ser zonas de importancia estratégica, no eran más que fortines para la lucha contra las potencias extranjeras, la piratería, así como en la lucha contra la resistencia de los pueblos indígenas de difícil sometimiento, una especie de peones para defender a los virreinatos que eran las verdaderas joyas de la corona. Eso explica la escasa inversión de la metrópoli en las capitanías. Para muestra un botón: basta observar a las catedrales de los virreinatos y las capitanías.
En el caso de Caracas se le sumaron, especialmente durante el período colonial, los terremotos devastadores que dejaron la ciudad a merced de escombros y abandono por largos períodos de tiempo. Llega el proceso de emancipación con la consecuente guerra de liberación: la población que no era diezmada por las plagas o los sismos, era reducida por las bajas en los frentes de batalla. Una vez independizados, al menos en lo formal, aún la ciudad no se sobreponía de estos acontecimientos cuando llegaron las guerras intestinas, con ella la Guerra Federal. Al asumir Antonio Guzmán Blanco el poder, el paisaje caraqueño mostraba signos de una decadencia urbana, matizado únicamente por el solaz verdor de su vegetación: había pasado medio siglo del fatídico terremoto de 1812.
En esta apretada visión superficial pudiera explicarse la desidia que tiene el capitalino por los bienes culturales y su memoria. Atávicamente lleva el recuerdo de tantas tribulaciones como periodos de extrema sobrevivencia que el ornato, la casa, la fuente o el árbol poco le importa. Esta circunstancia viene potenciada por aquella inmigración de mediados del siglo XX que huía de los grandes conflictos bélicos europeos, sumado a otro ingente de personas procedentes del continente latinoamericano, quienes se alejaban de sus pueblos por las condiciones difíciles en las cuales vivían, sobre todo económicas, por lo que una inmensa mayoría no concebían dentro de sus prioridades cuidar manifestaciones del patrimonio cultural, es decir, ausencia de pasión y afecto.
Iniciado el siglo XX la casa natal del Libertador estaba en condiciones deplorables, ubicada entre las esquinas de san Jacinto a Traposos. Funcionaba desde finales del XIX como depósito, pulpería y almacén. También era usada para guarecer mulas y carretas que surtían víveres y otras mercancías al mercado de san Jacinto que estaba a su frente. Producto de la encomiable labor de un comité de ciudadanos preocupados por el destino del nacimiento de Bolívar, se salvó de su acelerado abandono y probablemente de un destino infeliz. Esa suerte no la corrió la casa natal de Francisco de Miranda en la esquina de Padre Sierra, la cual fue demolida a mediados de los 50 para construir un anodino edificio de oficinas, pero eso es otra historia.
Esta junta promotora la integraba entre otros, Manuel Díaz Rodríguez, Santiago Key Ayala, Eduardo Calcaño, Ángel Rivas, José Vicente Lozano, Oscar Blanco Fombona, Leopoldo Torres Abandero y Vicente Lecuna, ingeniero, banquero, educador e historiador. Gracias a su tenaz y fervoroso impulso, don Vicente Lecuna pudo restaurar, organizar y conservar el Archivo de Simón Bolívar. Hizo pues los arreglos necesarios para despertar interés a fin de que la casa fuera convertida en sitio de veneración y homenaje a la memoria del padre de la patria, entregada hasta ese momento a una ignominia apatía.
El costo del inmueble, para entonces propiedad de la señora Ana Teresa Ibarra, viuda de Guzmán, fue de 114.326 bolívares, de los cuales 46.675,25 fueron aportados por el pueblo de Caracas por medio de una suscripción pública. Esta operación fue realizada el 11 de octubre de 1912 por compra del Ejecutivo Nacional, sin embargo, no se procedió a su reconstrucción sino cuatro años después, conforme al decreto del presidente provisional doctor Márquez Bustillos del 28 de octubre de 1916, fecha en la cual es colocada la placa alusiva al nacimiento de Simón Bolívar en ese lugar. En ese mismo decreto se encomienda al ingeniero Lecuna la dirección de las obras de restauración, quien convocó a especialistas calificados como los arquitectos Alejandro Chataing y Antonio Malaussena y el escultor Ángel Cabré y Magriná. Como parte de ese proceso se encarga la decoración de los muros internos de la casa natal al destacado pintor Tito Salas, quien además elabora más de una docena de cuadros de gran formato con relatos históricos de la vida del Libertador ejecutados entre 1919 y 1931. El 5 de julio de 1921 se abren las puertas de la casa restaurada en un sencillo pero solemne acto, como parte de los eventos conmemorativos del centenario de la batalla de Carabobo.
Contrariamente a lo que se piensa, alimentado por creativos guías turísticos y algún que otro despistado con iniciativa, el mobiliario no es originario de la casa. No quedaron muebles ni utensilios decorativos ni de la casa natal del Libertador ni de su mansión particular, la casa del Vínculo ubicada en la esquina de Gradillas, a consecuencia del terremoto del 26 de marzo de 1812 y de los saqueos efectuados durante la guerra de independencia. Una vez reconstruida la casa, se amuebló con piezas auténticas de familias caraqueñas de la misma época en cuanto fue posible. Todos los muebles, cuadros, adornos, incluido el oratorio puestos en la morada natal que pertenecen a los siglos XVII, XVIII y principios del XIX han sido usadas, sin excepción, por familias de Caracas. Lecuna cuidó que ningún mueble y alhaja que se ubicara dentro de la casa procediera de otros países ni viejos ni nuevos. Eso incluye la cama de columnas de caoba (siglo XIX) ubicada en la alcoba, donde envuelta en fantásticas leyendas se repite sin cesar “en ese lecho nació el Libertador”. El altar del oratorio de la capilla individual perteneció al antiguo convento de san Francisco, uno de los más antiguos de la ciudad que data del siglo XVIII.
Referencias
Archila, R. (1961) Historia de la medicina en Venezuela. Época colonial. Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, Tipografía Vargas.
Lecuna, V. (1998) La Casa Natal del Libertador. Fundación Banco Mercantil Ministerio de Relaciones Interiores. Caracas: Litografía Tecnocolor S.A.
Lucena Giraldo, M. (1988) Organización territorial y orden económico en Venezuela 1598-1620. Revista Estudios de Historia Social y Económica de América, Nº 3-4, págs. 47-52. Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá.
Gracias Jorge. En eso consiste la labor de protección del patrimonio cultural: conocer su historia, que de por sí es un hecho cultural, para generar afecto. ¿Cómo se puede querer y/o defender algo que no se conoce? Respecto a tus inquietudes, la desarrollaremos en artículos siguientes porque evidentemente este y otros temas patrimoniales no se agotan.