Octavio Sisco Ricciardi
Nuestro cerebro trata de dar sentido a modelos aleatorios, de ahí deriva el hecho que cuando alzamos la vista al cielo –cuando despegamos nuestra atención de las pantallas táctiles de los aparatos inteligentes que cada día nos la arrebatan (la vista, pero posiblemente la inteligencia también)- vemos caballos en las formas de nubes, rostros en los espejos empañados por el vapor de una ducha caliente o la cara amable en un tomacorrientes. La ciencia ha llamado a ese fenómeno psicológico pareidolia donde un estímulo vago y aleatorio (generalmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible. La apofenia es precisamente aquella experiencia consistente en ver patrones, conexiones o ambos en sucesos aleatorios o en datos sin sentido para traducirlo en algo tangible o creíble.
Mas, esas experiencias no son solo visuales. En la era del disco de acetato, los llamados LP (long play), que aún hoy día a pesar de la tiranía digital, los más célebres DJ lo siguen usando para componer y mezclar canciones, era frecuente oír hablar de supuestos mensajes satánicos encriptados en los discos que se escuchaban al hacerlos girar al contrario a baja velocidad. Hay personas que juran que están escuchando una conversación en otra habitación de la casa cuando no hay nadie, o de las más comunes, esa gente que dice escuchar una melodía musical cuando no hay radio a la vista. Estamos frente a una pareidolia auditiva, llamado igualmente, el síndrome del oído musical. En todo caso, no todas esas percepciones son descartables, los cuales son objeto de la ciencia que estudia los fenómenos paranormales.
Cuando llegaron los conquistadores españoles a tierras americanas hacia finales del 1500 se encontraron verdaderamente con un nuevo mundo: paisajes exóticos de múltiples colores y formas audaces; vegetación exuberante y un reino animal insólito no referido en los relatos mitológicos de atávicos recuerdos. Adicionalmente, se toparon con numerosos seres humanos agrupados en tribus que hablaban diferentes lenguas incomprensibles fonéticamente: una torre de Babel que se expandía más que al cénit, hacia inconmensurables horizontes.
Ese conquistador como bien lo refiere el investigador Ángel Rosenblat en sus “Buenas y Malas Palabras”, llegó a América incapaz de verla con su plena novedad y la ajustó a sus viejos patrones culturales, por eso llamó, por ejemplo, “indio” al hombre americano aunque no guardaba la más mínima relación con la India asiática. Así lo fue haciendo con frutas, árboles, toponimias que recordaban sus terruños o animales.
En el campo de las aves venezolanas el fenómeno pintoresco de asignación nominal no escapa a ese fenómeno engañoso. Es así que al tucán, ese conquistador bajo los parámetros de sus propias creencias le llamó “diosdé”. Los frailes que llegaron un poco después decían en sus crónicas que el tucán hacía la cruz en el agua por su peculiar forma de beberla (debido a su largo y ancho pico): “De los pájaros del monte /quisiera ser diosdé, / que le hace la cruz al agua / para poder beberla”, que luego la tradición oral llanera la cantaría en octasílabos "De los pájaros del monte / Quisiera ser el diosdé / Que le hace la cruz al agua / para poderla bebé".
Otro pájaro, el Pitangus sulphuratus, que no escapó a la asignación dogmática fundamentada en la creencia del colonialista, conectando sonidos, interpretaron que su graznido decía “cristo fue” ¿Acaso sería un remordimiento en la conciencia que los delataba? Esta ave es nativa de América, donde se distribuye ampliamente en todo el continente desde el sur de Estados Unidos hasta el centro de Argentina. De ahí que recibe diversos nombres según la apofenia cultural del lugar donde habita. Es así que ese canto, más bien grito agudo y prolongado del Pitangus es llamado bienteveo, benteveo o benteveo común (en parte de Argentina, Bolivia, Chile y Paraguay y Uruguay), bichofué, bichajué o bichofué gritón (en Colombia), güis común (en Nicaragua), pitogüé, pitohué, pitaguá o pitanguá (del guaraní, en parte de Argentina y parte de Paraguay), bem-te-vi (en portugués, en Brasil). Curioso es que se le llame “cristofué” solo en Venezuela, Honduras y Costa Rica, aunque en este último país más bien lo denominan comúnmente “pecho amarillo”.
El cristofué es insectívoro. Divisa desde lejos su presa y rápidamente en segundos vuela y la aprisiona con su pico, para regresar de inmediato al lugar de donde partió. Su plumaje es amarillo suave y castaño oscuro. Se posan en el ramaje más alto de los árboles, especialmente aquellos que poseen una rama seca apuntando al cielo. Anidan en árboles de mediana altura.
El peculiar canto del cristofué es muy soporífero, sobre todo cuando lanza esas coplas repetitivas en parques, plazas o espacios abiertos de tardes soleadas y calurosas. En los hatos de ganado de la Venezuela de otros tiempos se le tenía como ave sagrada; su cantar alegre era el primero que se oía al descorrerse la penumbra, cuando los "claros del día" o los "lebrunos del alba" apuntaban en el lejano horizonte su brillantez. Al primer canto del Cristofué cesan de cantar las aves nocturnas, es la hora de ponerse en pie el campesino para dar comienzo a su labor de siglos; es la hora de prender la candela para colar el café.
En su obra “El lenguaje de los pájaros, Jesús Loreto nos refiere una conducta particular del cristofué: “El Llanero tiene la creencia, muy arraigada, de que el Cristofué anuncia la visita de seres humanos a los aislados hatos. (...) muchas veces me ausentaba de mi vivienda por diferentes trochas y caminos, dejando a una persona encargada de observar el comportamiento de estas aves. (...) Otras veces rumbeaba hacia los bebederos habituales, situados a uno o dos kilómetros, y a campo traviesa, buscaba por la parte más apropiada caerle al camino real que me llevaría al lugar de donde había partido. Nunca en esos casos fue oído el canto del Cristofué en los lugares escogidos por él para emitir su canto de aviso; éstos entre los más comunes son las puertas de trancas, las varas salientes de la cumbrera del techo de las casas o la arboleda que circunda las viviendas. Otras veces hacía el mismo desplazamiento, y bajo el follaje de un árbol cualquiera me cambiaba de vestir, y me dirigía por senderos distintos a mi vivienda, dejando esto un resultado igual, lo que me hizo comprender que estas aves solo anuncian la presencia de personas desconocidas en el medio donde ellas habitan. El Cristofué macho emite una variante en su cantar que ya es característico anuncio de visita. Ese canto parece que lo ejecutara desde lejos el primero que divisa el visitante, y lo van repitiendo los otros hasta llegar a los que están cercanos a la vivienda, en donde con un claro y fuerte cantar, parece decir "Cristo fue".
Entre las tradiciones orales de la urbe, en el código de los presidiarios, se dice que cuando el cristofué canta cerca de las ventanas de algunas de las celdas, anuncia que algunos de sus colegas saldrán pronto de prisión. Asimismo se dice que es un ave misteriosa, puesto que al cantar acusa a Cristo de un delito; otros opinan que es sinónimo de grandeza de Él, al cantar ¡CRISTOFUÉ, CRISTOFUÉ! que fue Cristo, ese Dios hecho hombre.
Loreto L., J.J. (1980) El lenguaje de los pájaros. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República.
Rosenblat, A. (1984) Estudios sobre el habla de Venezuela. Buenas y malas palabras. Tomo II (pág. 254 y siguientes). Caracas: Monte Ávila Editores.