Octavio Sisco Ricciardi
En el lenguaje, cada uno de nuestros gestos o sueños, se perciba o no, utilizamos símbolos. Los símbolos están en el centro, son el corazón de esta vida imaginativa. La percepción de un símbolo es eminentemente personal, no solo en el sentido de que varía con cada sujeto, sino también de que procede de la persona entera. Sin embargo, cuando un colectivo asume un símbolo se transforma en un arquetipo, a decir de Carl Gustav Jung, y es cuando el símbolo arquetípico religa lo universal y lo individual.
Es entonces cuando los mitos se presentan como intercalaciones dramatúrgicas de estos arquetipos, esquemas y símbolos o composiciones de conjuntos, epopeyas, relatos, orígenes, cosmogonías, teogonías, que revelan ya un proceso de racionalización. El símbolo tiene precisamente esta propiedad excepcional de condensar en una expresión sensible todas esas influencias de lo inconsciente y de la conciencia, como también de las fuerzas instintivas y mentales en conflicto o en camino de armonizarse en el interior de cada ser humano.
Desde tiempos inmemorables el cosmos está simbolizado por un árbol. Es uno de los temas simbólicos más ricos y más extendidos. La divinidad se manifiesta en forma de árbol. Es el árbol del conocimiento del bien y del mal cuyo fruto estaba prohibido comer en el Paraíso bíblico. Es el árbol que eleva las ramas al sol, como en éxtasis de adoración. Es el Árbol de la Vida. Es el árbol seco (muerto) que renace (florece) que es la imagen perfecta de la resurrección. Es uno de los símbolos esenciales de la tradición. Con frecuencia no se precisa, pero algunos pueblos eligen un árbol determinado como si concentrase las cualidades genéricas de modo insuperable. Empero también cuando ese árbol guarda relación con hechos históricos que marcan hitos para determinados pueblos, historia y símbolo se fusionan, y uno no puede entenderse sin el otro.
En el reino vegetal, existen innumerables tipos de árboles según latitudes y climas. Por ejemplo, el roble o encina es un árbol sagrado en numerosas tradiciones, está investido de los privilegios de la divinidad suprema del cielo, sin duda porque atraen más que otros árboles el rayo y simbolizan la majestad.
El roble es en cualquier tiempo y lugar sinónimo de fuerza: es ésta, con toda evidencia, la impresión que da el árbol en edad adulta. Por otra parte, roble y fuerza se expresan en latín por la misma palabra: robur. Simboliza tanto la fuerza moral como la física. De ahí la expresión popular: ser fuerte como un roble o parece un roble.
Volverá a ser verde y ancho
el roble, el roble nuestro.
Mordido de la metralla,
no del rayo de los cielos,
volverá a brotar contadas
una hoja por cada Euskaro
y será a la semejanza
nuestra y tierno.
Así inicia el verso Gabriela Mistral, poema que bajo el título Árbol de Guernica honra al emblemático roble que permaneció intacto tras la catástrofe del bombardeo de aquella tarde del 26 de abril de 1937 sobre la población vizcaína de Guernica (Gernika). No solo la poetisa chilena arrancó esa expresión de angustia ante el inhumano acontecimiento, sino que el espanto, la desgracia, la angustia, el sentimiento de pérdida hizo que muchos artistas se manifestaran. Basta recordar al Guernica de Pablo Picasso o escritores como Blas de Otero Muñoz con su crudo poema homónimo. El bombardeo de Guernica, denominada Operación Rügen fue un ataque aéreo realizado sobre población civil de esta villa vasca, en el transcurso de la guerra civil española, por parte de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, que combatían en favor del bando sublevado contra el gobierno de la Segunda República Española bajo las órdenes del entonces general Francisco Franco. El horror que se vivió en Guernica era el prolegómeno de lo que se viviría en Europa durante casi una década. Los conflictos mundiales parecen no ceder aún hoy día. El ser humano no aprende.
El árbol de Guernica (Gernikako Arbola en euskera) es un ejemplar de roble (Quercus robur) que está situado en el recinto ajardinado de la Casa de Juntas que le sirve de antesala, en la localidad vizcaína de Guernica y Luno en el País Vasco, España. Este árbol simboliza las libertades tradicionales de Vizcaya y los vizcaínos, y por extensión las de los vascos.
Es con el Árbol Padre donde se inicia la tradición que data del siglo XIV cuando el señor de Vizcaya juraba respetar las libertades vizcaínas (los Fueros de Vizcaya) bajo este roble. Cuando el Señorío se integró en el Reino de Castilla, el título de señor de Vizcaya pasó a transmitirse junto con el de rey de Castilla y, posteriormente, el de España.
El Árbol Hijo (la tercera generación) el cual fuera sembrado frente al templete con las siete sillas, es el que ha sido emblematizado en infinidad de estampas y reproducciones desde el siglo XX. Bajo este roble juró su cargo el primer presidente del autogobierno del País Vasco durante la Segunda República Española, el lendakari José Antonio Aguirre, manteniéndose a la postre la costumbre de que todos los presidentes del Gobierno vasco juren o prometan sus cargos en este lugar. El Árbol Hijo fue el mudo testigo del bombardeo de Guernica hasta su fallecimiento el 20 de abril de 2004.
En la actualidad es el árbol bajo cuya sombra (la quinta generación) el moderno lendakari, nombre con el cual se designa al Jefe del Gobierno vasco, promete cumplir con su cargo. La imagen de este icónico roble aparece inconfundiblemente en el escudo de Vizcaya, en el de varios de sus municipios y en el del País Vasco. Incluso, al roble se le ha homenajeado con una canción bajo el título de Gernikako Arbola («El árbol de Guernica») escrita en Madrid por el bardo vasco José María Iparraguirre con música de Juan María Blas de Altuna y Mascarua, concertista de órgano y primer organista de la basílica de Lequeiti. La canción es un himno no oficial para los vascos.
Existen varios árboles desciendentes de este roble que han sido distribuidos en varias partes del mundo por diversas comunidades de la diáspora vasca. Así lo encontramos en Buenos Aires, Santiago de Chile y Ciudad de México.
Hacia mediados del siglo XVIII Juan Vicente Bolívar y Ponte adquiere unas tierras al sur de Caracas, cerca del rio Guaire de aquella ciudad bucólica. En los primeros tiempos se le conoció con el nombre de fundo El Palmito. Con el tiempo pasó a denominarse Cuadra Bolívar por el hecho que en ese sitio estuvieran las caballerizas de la familia Bolívar -como refiere el cronista Enrique Bernardo Núñez- era una estación obligatoria de recuas y carretas procedente de los valles de Aragua o del Tuy. Don Vicente Lecuna dice que en la Cuadra del Guaire, como era conocida, tenían sus caballos, esclavos de reemplazo y objetos que no cabían en la casa principal. Es esta solo había un pesebre para dos o tres bestias de uso del dueño de la casa. Cuando Juan Vicente contrajo nupcias con doña María de la Concepción Palacios de Aguirre Ariztía-Sojo y Blanco de Herrera en 1773, se iniciaron trabajos para la construcción de una casa de habitación y recreo para que su novel esposa pudiera temperar. Cuando sobrevino la muerte de su esposo, doña Concepción continuó su fábrica.
La casa, de planta rectangular y grandes dimensiones, incluía un patio con jardines medianero con una pileta central y corredores de caña y madera que dan acceso a las habitaciones. Su magnífica cocina de leña con una campana de mampostería es memorable, al igual que la cuadra o caballeriza con salida directa a la calle, ubicada en el patio posterior. La casa, de techo de tejas y un solo nivel, tiene una escala que le otorga un grato sentido de intimidad. Se conoce la preferencia que tuvo el Libertador por esta morada, donde, siendo niño, recibió lecciones del padre Andújar y de don Andrés Bello. A la muerte de doña Concepción en 1792, esta casa formó parte del caudal hereditario de su cuarto hijo Simón José Antonio. La entrada de la casa, específicamente en el dintel de la puerta principal, tiene un grabado sugerente, que según la tradición está atribuida a Andrés Bello: RURIS DELICIIS URBANA ADJUNCTA COMMODITAS, que puede traducirse como Delicias rurales urbanas vinculadas a las comodidades.
Cuenta una leyenda perdida en la noche de los tiempos, que en dichos jardines había sido trasplantado un hermoso roble descendiente del connotado Árbol Padre de Guernica. Este árbol -como nos lo refiere la narración- fue inicialmente sembrado en Lima por un sucesor directo del conquistador español Francisco Pizarro. Desconocemos cómo fue llevado y trasplantado de nuevo al solar que ocupa la Cuadra Bolívar. Una historia que cobra sentido si se tiene en consideración los orígenes de los Bolívar. De la Puebla de Bolíbar en el Valle de Ondarroa, en una pradera del Monte Oniz, en las montañas de Vizcaya, un lugar muy cerca del mar a 5 km de Cenarruza, partió el primer Bolíbar (el Viejo), que se instaló en tierras americanas como Bolívar, llevando consigo el escudo familiar y su apelativo Pradera de Molino que no solo es el significado del apellido en euskera sino que recuerda al paisaje vasco español. En el mural que Tito Salas pintó en 1930 en la casa natal del Libertador parece sugerir la presencia de este árbol. ¿Habría conocido esta leyenda?
Al detallar el blasón de la noble Casa de los Bolívar, el cual tuvo varios escudos desde que lo comenzaron a utilizar como distintivo familiar desde la primera cruzada del año 1096 al 1099, observamos un árbol sinople (verde) ubicado en el campo inferior que bien puede representar el viejo roble de la Villa de Guernica, bajo cuya sombra juraban los reyes los fueros de Vizcaya, y se reunía –como lo habíamos indicado- la Junta del Señorío, pare la defensa de privilegios y libertades.
En 1808 esta finca y su frondoso árbol fueron testigos de la crisis que vivía el régimen español en América, cobijando la reunión de un grupo de mantuanos para discutir la creación de una Junta Suprema en Caracas, similar a la instaurada en la península, que rigiera los destinos de la Provincia de Venezuela durante la ausencia del rey Fernando VII. En oposición, el joven Simón Bolívar defendía la idea de romper en definitiva los nexos coloniales con España y construir un gobierno autónomo protagonizado por los americanos.
La Conspiración de los Mantuanos fue inmortalizada en un documento fechado el 24 de noviembre de 1808, que evidencia la búsqueda de los mantuanos por tener los mismos derechos políticos que los españoles para autogobernarse, en consecuencia, la necesidad de conformar la Junta Suprema de Caracas.
Nos refiere Luis Beltrán Reyes en sus Leyendas Históricas que una de las fábulas de este roble de los Bolívar es que todo objeto que se enterraba al pie de este misterioso árbol en cajas o baúles, cual reliquia, se transformaban en bondades para sus dueños. Además, la familia incluido los esclavos aseguraban que era una bendición para todos pues sus ramas curaban a cuantos las tocaban de muchas enfermedades.
Si bien este tipo de robles son de climas mediterráneos, no es desatinado pensar que pudo adaptarse en estas regiones, si tenemos en consideración el período de frío planetario denominado la Pequeña Glaciación o Pequeña Edad de Hielo (PEH) que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Los períodos de lluvia en aquella Caracas eran muy fríos, incluso la neblina llegaba a descender a cotas inferiores que se colaban por las faldas de la montaña Titán El Ávila, el originario Guarairarepano.
Desde 1959 la Cuadra Bolívar ostenta la condición de Monumento Histórico Nacional, hoy convertida en museo. Bien valdría la ocasión que la comunidad vasca en Caracas encabezara una iniciativa para sembrar un heredero del Gernikako Arbola en los patios ajardinados de la Cuadra Bolívar para reforzar no solo los vínculos históricos de esta colectividad con Venezuela, sino también unir símbolos de lo inconsciente y de la conciencia tan preciados para los caraqueños, venezolanos y latinoamericanos como es el apellido Bolívar y su roble blasonado que han entretejido los movimientos políticos, sociales y culturales en defensa de la soberanía y libertad de ambos pueblos.
Referencias
Chevalier, J. et Gheerbrandt, A. (1986) Diccionario de los símbolos. Barcelona: Editorial Herder, S.A.
Cirlot, J.E. (1992) Diccionario de Símbolos. Barcelona: Editorial Labor, S.A.
Gil Fortoul, J. (1978) Historia Constitucional de Venezuela. Volumen I Biblioteca Simón Bolívar Tomo IX. México Editorial Cumbre S.A.
Núñez, E.B. (1989) La Caracas de los techos rojos. Caracas: Monte Àvila Editores
Reyes, L.B. (1983) El Héroe de Pativilca. Leyendas Históricas. Caracas: Editorial Trazos, C.A.
Valery S., R. (1978) La Nomenclatura Caraqueña. Caracas: Ernesto Armitano Editor.
Cuanto más puedo agradecer que alguien como el autor de este artículo nos enriquezca con tanta cultura y entretenimiento simultáneamente. Muchas gracias señor Octavio por este
Que interesante historia que une a Venezuela con la Comunidad Vasca quizás condición poco difundida de los orígenes de la familia Bolívar en Venezuela muy probablemente la sangre independentista que corría por Simon Bolivar por sus ancestros Vascos hizo realidad el sueño de independencia de estas tierras.
Hermoso y cuidada referencia histórica u un gran aporte al conocimiento