Octavio Sisco Ricciardi
Cuando en los primeros tiempos de la capital se comenzaba a pavimentar las calles, debió nivelarse la plaza central conocida como la Plaza Mayor que desde el último tercio del siglo XIX la conocemos como Plaza Bolívar. La pendiente original del terreno obligó a construir unas gradillas para solventar la diferencia de altura y las calles circundantes, en especial en la esquina sureste, la más baja de las cuatro.
Hacia 1755 en el proyectos de obras del gobernador Ricardos, el primer gran urbanista preocupado que tuvo la ciudad, se muestra la construcción de los arcos que circundaron a la Plaza, que permanecieron aún en estado ruinoso después del fatídico terremoto del 24 de marzo de 1812, hasta que fueron demolidas en la gestión de Guzmán Blanco para dar paso a la Plaza Bolívar, oportunidad en la que se mejoraron las escaleras de la mencionada esquina sureste. Esta esquina llegó a llamársela de Arzobispo, por la cercanía al Palacio Arzobispal que tiene enfrente, pero la persistencia popular en la nomenclatura, mantuvo la originaria de Gradillas. En dirección frontal, nos encontramos con la Casa del Vínculo, que perteneció al Libertador por haberla heredado de su primo hermano, el presbítero don Juan Félix de Aristeguieta y Bolívar. En esa misma casa, se instaló el joven Simón con su hermosa esposa María Teresa en julio de 1802, muriendo allí la novel consorte el 23 de enero de 1803.
A mediados del siglo XIX el cólera había invadido por completo la costa de Venezuela, causando muchas víctimas fatales. Según comenta el cronista Enrique Bernardo Núñez, el número de muertes en Caracas había superado los dos mil, siendo el 9 de septiembre de 1855 el día de mayor mortalidad. Debido al estado ruinoso de los cementerios de la ciudad (solo el de los protestantes al sur de la ciudad estaba bien cuidado), debió habilitarse nuevos camposantos católicos. Al norte, en los terrenos de Sabana del Blanco, fue diseñado y construido el cementerio de Los Hijos de Dios por el Ingeniero Olegario Meneses, siendo bendecido el primero de noviembre de 1856 por el Arzobispo de Caracas. Inicialmente utilizado para enterrar a los difuntos del cólera en fosas comunes, siguió usándose hasta el año 1876, cuando fue clausurado por haberse habilitado el Cementerio General del Sur, solo restituido durante la presidencia de Linares Alcántara para ser aprovechado durante dos años adicionales.
En su momento fue el más importante de la capital, habiéndose sepultado en él a ilustres personalidades, varios próceres de la independencia y de la Guerra de la Federación. Entre otros, el general José de Austria, autor del Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela en su Guerra de Independencia. Austria luchó a las órdenes de Miranda, en Valencia; en los Llanos con Páez y en el sur de Colombia, con Simón Bolívar. El gran periodista y polémico político Juan Vicente González, muerto en 1866, fue sepultado allí, al lado de la tumba de su madre y una de sus hermanas. También reposaban los restos del general Antonio Muñoz Tébar, de Francisco Riera Aguinagalde, el general Miguel Arismendi, el doctor Tomás Aguerrevere, gran publicista; el doctor Manuel Cala, prócer de la Independencia; Pedro Villapol-otro prócer-, el general Esteban Herrera Toro, la parentela del Marqués del Toro y otras muchas familias ilustres.
Abandonado desde 1878, es arrasado por completo en 1951 en tiempos de Marcos Pérez Jiménez para construir en su lugar la urbanización Diego de Losada, la que está ubicada al noroeste de la avenida Baralt, en el empalme de la Cota Mil, frente de la Iglesia de San José del Ávila y un poco más abajo, la sede del Tribunal Supremo de Justicia. Algunas voces se alzaron contra dicha medida, entre ellas, la de Carmen Clemente de Travieso, pero fue en vano. Ni la paz de los sepulcros fue respetada. Una verdadera lástima, porque allí se encontraban los restos de muchos venezolanos ilustres. Aunque el cementerio había sido demolido en su totalidad en 1951, un poco antes, se estaban ejecutando los trabajos previos a cualquier demolición. Decían algunos caraqueños que los muertos estaban enfurecidos y que saldrían a espantar a los vivos.
En 1950, Billo Frómeta compone una guaracha con ribetes de swing y jazz, “El muerto de las Gradillas”. En dicha pieza, Billo introduce de manera magistral los primeros compases de "La danza Macabra" de Camille Saint-Saëns, para luego dar paso a ese sabroso tema principal, retomando al final los compases iniciales. La letra habla del espantoso encuentro de un distraído peatón caraqueño con un muerto en la esquina de Gradillas, quien le jala por los pies y le agarra por las manos para contarle que hay problemas en el cementerio.
Esta canción apareció en la película venezolana “Yo quiero una mujer así“, comedia dirigida por el actor argentino Juan Carlos Thorry, la cual significó su debut como realizador, estrenada el 23 de agosto de 1950. Esta cinta fue galardonada por la revista cinematográfica venezolana "Mi Film" en 1951 con el “Premio a la Mejor Película” por su gran éxito comercial y, también, recibió los Premios del Sindicato de Actores y del Gremio Técnico a los rubros de Actor Cómico del Año (Amador Bendayán) y Actriz de Cuadro (Elena Ferrán) en ese mismo año.
En la misma aparece interpretando la pieza musical la orquesta Billo's Caracas Boys cantada por Manolo Monterrey y de un jovencísimo Renny Ottolina en una secuencia donde, tanto ellos como los personajes principales están presenciando un concurso de belleza que se desarrolla en un hotel del Litoral Central en donde están hospedados.
No tenemos noticias sobre historias asombrosas de los residentes de la urbanización Diego de Losada. Es posible que los espantos decidieran mudarse para andar por otros derroteros; probablemente, solo en los primeros tiempos de confusión, hayan vagado por las calles caraqueñas e inspiraran a Billo, el eterno enamorado de Caracas, a dedicarles una oración a son de guaracha.