Octavio Sisco Ricciardi
En sus orígenes, el escudo (del latín scutum) era usado como el armamento defensivo que se embraza y se utiliza para protegerse de algún tipo de ataque. Llegada la Edad Media, las ciudades se agruparon en feudos bajo el dominio de un señor que mantenía su propio ejército. Para identificarlos se distinguían emblemas, símbolos y signos de las familias que lo patrocinaban. Eran también los estandartes que se usaban en los legendarios torneos caballerescos. Es así que nace la heráldica como disciplina que describe, estudia y explica el significado de imágenes y figuras de los escudos de armas.
En la heráldica, el escudo, es conocido como escudo de armas, es el lugar o el objeto en que se materializa la representación de los blasones de una familia, un Estado, una comunidad o una corporación. Las naciones que surgían de las monarquías, cuyas familias reinantes tienen sus propios escudos, fueron conservando o adaptando algún elemento de su composición. Así tenemos escudos tan antiguos como el del Reino Unido o de inspiración moderna como el de la República Italiana, aprobado en 1948 cuando pasó de monarquía a república, compuesta de una estrella blanca de cinco puntas con borde rojo, la Stella d'Italia (Estrella de Italia), el símbolo de identidad más antiguo de ese país. La estrella se encuentra ubicada sobre una rueda dentada que simboliza el trabajo y el progreso.
En el caso de Venezuela, existió una diversidad de escudos de armas. El primero, ideado por Francisco de Miranda en 1801, le siguieron ochos sellos adicionales hasta llegar al del 20 de abril de 1836, que con modificaciones puntuales, es el que ha venido usado la República. En esa oportunidad, el Senado se asesoró, para efectos de heráldica y de dibujo, con el diplomático británico sir Robert Ker Porter y el artista venezolano don Carmelo Fernández.
Los escudos están compuestos por elementos simbólicos. Este lenguaje de imágenes y de emociones, es una condensación expresiva y precisa, que habla de las verdades trascendentes exteriores al hombre (orden cósmico) e interiores (pensamiento, orden moral, evolución anímica, destino del alma), confiriéndole si se quiere un carácter dramático. Efectivamente, la esencia del símbolo consiste en poder exponer simultáneamente los varios aspectos (tesis y antítesis) de la idea que expresa.
Es ese escenario el que nos pintó Pedro Centeno Vallenilla en “Venezuela recibiendo los símbolos del Escudo Nacional”, ejecutada entre 1952 y 1954, la cual constituye una de las obras más ambiciosas del artista, por su gran formato 10 x 6,5 metros tanto por la delicada técnica empleada para lograr la coloración, en particular en la apariencia de los cuerpos. Está ubicado en el Salón de los Escudos del Palacio Federal Legislativo sede de la Asamblea Nacional. Anteriormente, en ese Salón funcionó la Alta Corte Federal desde su instalación en 1877 hasta 1952, fecha que se traslada en el extremo oeste del Palacio de las Academias en la esquina La Bolsa. Luego se mudará a su propia sede en 1987 en Dos Pilitas al final de la avenida Baralt.
Después de sufrir importantes daños en el año 2000 por filtraciones, sin despreciar aquellos anteriores por intervenciones inadecuadas en el espacio, durante los años de 2003 a 2006 el Palacio fue objeto de una restauración integral –incluyendo el Salón de los Escudos- constituyéndose un trabajo pionero en el país. Bajo la coordinación del Instituto del Patrimonio Cultural y la Oficina Técnica para la Restauración del Palacio Federal Legislativo, calificados profesionales de distintas áreas, diagnosticaron y restauraron el mural, las obras de arte y el mobiliario.
Venezuela en el centro es la figura axial de la composición. Aunque de tez blanca tiene esos hermosos ojos almendrados propios de nuestros aborígenes y una cabellera que le llega a los hombros de un profundo negro azabache. Su figura -como la de todos los personajes del mural- luce ligeramente alargada, propio del estilo de autor que nos recuerda a las imágenes estilizadas que pintara El Greco. Emerge de la columnata para descender por las escaleras y recibir las ofrendas que componen el escudo de armas. Coronada con una tiara de oro y siete gemas incrustadas, viste un vaporoso vestido azul pálido casi ceñido que subraya su voluptuoso cuerpo. Lleva en sus manos con un marcado ademán digno una larga capa a doble color: amarillo en la cara interna y rojo en la exterior. Su ropaje evoca los colores del pabellón nacional.
Desde las alturas un místico ángel rubio de coloradas alas, de estampa del gótico, se acerca a Venezuela para sacralizarla con una aureola luminosa de siete estrellas. Para el momento de la ejecución del mural, la bandera federal solo tenía siete estrellas en reconocimiento de las siete “Provincias Unidas” que firmaron el Acta de Independencia, como fueron Margarita, Cumaná, Barcelona, Barinas, Mérida, Trujillo y Caracas, dejando por fuera a la provincia de Guayana. Es con la Ley de 2006 cuando se agregó la octava estrella, una ejecución postergada desde el 20 de noviembre de 1817, cuando el Libertador Simón Bolívar ordena por decreto la incorporación de una octava estrella en el pabellón nacional de Venezuela, que representaba a la recién liberada provincia de Guayana, amplio territorio conformado por los actuales estados Amazonas, Bolívar y Delta Amacuro, así como la actual la Guayana Esequiba y parte de Pacaraima y Pirara en Brasil.
Siete escalones más abajo pero por encima de todos los personajes centrales, el Libertador Simón Bolívar con la mano derecha tocando su corazón. Si bien Bolívar parece mirar directamente al espectador como lo hacen también la mujer que encarna Venezuela y Miranda, sin embargo, otea en profunda y febril reflexión un horizonte allende de la composición, casi delirante. En la plataforma pero a dos escalones inferiores se ubican a un mismo nivel Francisco de Miranda a la derecha, y al extremo izquierdo, el conquistador español trajeado con ropas del siglo XVI y a su lado, el más aguerrido de los indígenas: Guaicaipuro sosteniendo firmemente con sus dos manos una lanza.
A cada uno de los lados de la tribuna, detrás de los muros perimetrales, grupos de personas que representan al pueblo entre campesinos y trabajadores. El pueblo está ubicado al mismo nivel de Miranda, el conquistador y Guaicapuro. Bolívar un semidiós, pues está un peldaño más arriba. Los de la izquierda, llevan parte de los componentes iconográficos del escudo: espigas de mieses que simbolizan la fraternidad y riqueza de la nación. Representan a los estados o entidades federales.
Opuesto, se observa una diversidad de personas que expresan nuestro caleidoscopio social, sosteniendo en sus manos los otros elementos vegetales que constituyen las condecoraciones del escudo: coronas de olivo y ramas de palma. El olivo simboliza la paz, consagrado a Júpiter y Minerva por los romanos. Mantiene el mismo significado en muchos otros pueblos de Oriente y Europa. La palma, emblema clásico de la fecundidad y de la victoria. Para Carl Gustav Jung es también símbolo del ánima. Un detalle curioso es que son las mujeres quienes portan las ramas de olivo y las palmas, queriendo significar tal vez el poder del matriarcado presente en la sociedad venezolana, sostén espiritual y en muchas ocasiones, material de la familia.
En los nichos del templo se destacan la idealización de las esculturas de Marte, el dios de la guerra
(izquierda) y Atenea o Palas Atenea, diosa de la guerra, la civilización, sabiduría, estrategia en combate, de las ciencias y de la justicia (derecha). En la cornisa (parte superior) se observan talladas las figuras femeninas que representan a la justicia (izquierda) y las leyes (derecha).
Bajamos un poco la mirada y al centro distinguimos uno de los símbolos que integran el blasón: un brioso, galopante y blanco caballo que tratan de domar tres hombres musculosos que interpretan al europeo, al indígena y al africano quienes procrearán el mestizaje de individuos y culturas.
En el lado derecho descendiendo unos escalones, nos encontramos con la imagen de los hombres que lucharon en la Batalla de Carabobo. Son los militares responsables de las tres divisiones con la que reorganizó el Libertador el ejército republicano: la primera, a cargo del general de división José Antonio Páez, la segunda, comandada por el general de división Manuel Cedeño y la tercera, bajo las órdenes del coronel Ambrosio Plaza. En destacado plano, observamos al teniente Pedro Camejo, más conocido como Negro Primero, sosteniendo con su mano izquierda una lanza con crespón tricolor, quien caería mortalmente en crudo y valiente combate en dicha batalla. Acompañan a estos militares, húsares de los batallones con bayonetas, espadas y ondeando tres amplias banderas pero sin las estrellas, las cuales están siendo entregadas en la ofrenda patria por el hierático mensajero celestial a Venezuela.
Al girar la vista a la izquierda del mural, hombres y mujeres portan sobre sus hombros, las dos cornucopias que laurean el timbre del escudo nacional conocidas como los “cuernos de la abundancia”. Estos cuernos están rebosados de flores y frutas variadas propias del país venezolano: café, cacao, caña de azúcar, cambures, mangos, lechosas, piñas, cítricos, orquídeas, magnolias, lirios, cayenas. Toda una exaltación del colorido trópico. Su significado: las innumerables riquezas renovables que posee Venezuela.
Todos los actores del cuadro expresan movimiento como si de una danza ritual se tratara, otorgándole energía armónica a la composición, con excepción de los cinco personajes centrales (de izquierda a derecha: Guaicaipuro, el conquistador, Miranda, Bolívar y Venezuela) que unidos forman un imaginario triángulo equilátero en cuyo vértice se ubica la dama que personifica a la patria.
La imagen geométrica del triángulo equivale en el simbolismo de los números al tres. Su más alta significación aparece como emblema de la Trinidad. En su posición normal, con el vértice hacia arriba también simboliza el fuego y el impulso ascendente de todo hacia la unidad superior, desde lo extenso (base) a lo inextenso (vértice), imagen del origen o punto irradiante.
Hay un personaje misterioso del mural que aparece al margen izquierdo a unos pasos de Guaicapuro, detrás de una mujer cargando en su regazo a un niño rollizo. Se trata de un anciano de blanca y larga cabellera y barba mirando al cielo con sus manos extendidas en actitud implorante que nos evoca a un profeta. ¿A quién encarna? Desde tiempos iniciales, el arte ha representado generalmente al profeta Isaías con esa efigie y actitud. El cristianismo estima que el Libro de Isaías anunció el nacimiento, sacrificio y gloria de Jesús y además, el alcance universal de la salvación por lo que se considera en algunas ocasiones como el "Príncipe de los Profetas". ¿Tendrá alguna relación con la última de las declaraciones del Libertador antes de morir en San Pedro Alejandrino cuando dijo a su séquito “Jesucristo, don Quijote y yo hemos sido los tres más insignes majaderos de este mundo”?
¿Qué quiso decirnos Centeno con ese personaje? ¿Acaso el anuncio de la gloria del Libertador y de su gesta? Jesucristo se hizo carne para salvar el espíritu de los hombres de las cadenas mundanas, el Quijote con sus hazañas, redimir de la fría razón al corazón humano y Bolívar con su sacrificio, la libertad de toda una nación
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Excelente interpretación de esta invalorable obra que se encuentra recuperada para muchas generaciones