Octavio Sisco Ricciardi
Stabat Mater dolorosa
juxta Crucem lacrimosa,
dum pendebat Filius.
(Estaba la Madre dolorosa
junto a la Cruz, lacrimosa,
mientras pendía el Hijo).
Así inicia cantada a dúo por soprano y alto, en un estilo grave y en fa menor, la primera parte de la composición musical del Stabat Mater («Estaba la Madre», en latín) compuesta por el célebre compositor napolitano Giovanni Battista Pergolesi en 1736. Creada en las últimas semanas de existencia del compositor cuando estaba enfermo de tuberculosis y sabía que podría morir (su vida se apagó con apenas 26 años), la obra posee un uso magistral de las disonancias que la convierte en un estremecedor canto angustiante de la madre de Dios hecho carne, quien llora en solemne soledad la muerte de su primogénito. En música se le llama «disonancia armónica».
Expertos aseguran que esta pieza musical parece concebida más para ser oída en una sala de conciertos que bajo las naves de las iglesias debido a lo sublime de sus notas. La composición ha permanecido popular, convirtiéndose en la más editada e impresa del siglo XVIII. Es el opus magnus sagrado más famoso de Pergolesi, tanto así que el propio Jean-Jacques Rousseau mostró su aprecio por este trabajo elogiando el movimiento de apertura (la primera parte a que hemos hecho alusión) como «el dúo más perfecto y conmovedor que viene de la pluma de cualquier compositor». También ha sido adaptada por un gran número de compositores de la talla de Johann Sebastián Bach, por citar algunos.
Nuestros primeros músicos coloniales tuvieron sus principales contactos con autores españoles, pero es innegable -como lo afirma José Antonio Calcaño- cierta influencia de algunos italianos en aquellos como Pergolesi, por lo que no se descarta que su Stabat Mater fuese interpretado en los templos caraqueños, sobre todo en tiempos litúrgicos de la Semana Mayor como himno dedicado a la madre desconsolada quien tras sepultar el cuerpo muerto de Cristo en la tumba que José de Arimatea había cedido para tal fin, queda en soledad recordando los tormentos padecidos por su hijo.
Entre las diversas advocaciones marianas en que el catolicismo refiere a los misterios, apariciones, dones o atributos de la Virgen María o a hechos históricos o geográficos que rodean a la devoción de una imagen determinada, encontramos la advocación a la «Virgen de los Dolores», conocida también como «Virgen de la Amargura», «Virgen de la Piedad», «Virgen de las Angustias» o «La Dolorosa». Es una figura que suele ser vestida en negro o morado.
El título de «Dolores» precisamente hace alusión al sentimiento de dolor de la madre ante el sufrimiento de su hijo. La devoción a la Mater Dolorosa se desarrolla a partir de finales del siglo XI. En 1239, en la diócesis de Florencia, la Orden de los Servitas u Orden de frailes Siervos de María, cuya espiritualidad estaba muy ligada a la Santa Virgen, fijó la fiesta de «Nuestra Señora de los Dolores» el 15 de septiembre.
Su representación más antigua en el mundo del arte la realiza Adrián Isenbrandt, pintor flamenco del siglo XVI en un retablo en la que personifica a la Virgen rodeada de escenas de los siete dolores, que actualmente alberga la Iglesia de Nuestra Señora de Brujas en Bélgica. Los «siete dolores» hacen referencia a los siete episodios de la vida de Jesucristo relatados por los Evangelios, que hicieron sufrir a María, quien acompañaba a su hijo en su misión de Redentor.
El primer dolor lo encabeza la profecía del anciano Simeón en la presentación del niño Jesús en el Templo cuando aquel le dice a María que «una espada traspasará tu alma» (Lc. 2, 22-35). Producto de este recurso metafórico, los dolores de María suelen ser figurados con siete dagas o espadas que atraviesan su corazón. Los otros seis dolores son: la persecución de Herodes y la huida a Egipto; Jesús perdido en el Templo por tres días; el encuentro de María con Jesús cargado con la cruz; su crucifixión y muerte; la bajada de su hijo de la cruz muerto y acogido en los brazos de su madre (escena que es significada como «La Piedad» -la más notable de ellas- la escultura de Miguel Ángel en la Basílica de San Pedro, Roma); y finalmente, la sepultura de Jesús.
Sin embargo, existe una variante a la del título de «Nuestra Señora de los Dolores» que es la de «Nuestra Señora de la Soledad». En la iglesia de San Francisco de Caracas desde mediados del siglo XVII se venera la imagen de la «Virgen de la Soledad» que la tradición relata como una copia de la obra del arquitecto y escultor español Gaspar Becerra que se veneró en el convento de la Victoria de Madrid, hoy derribado.
Habíamos contado que la adoración a la Mater Dolorosa se había iniciado en Europa a fines de la Baja Edad Media para ser consolidada en la Florencia prerrenacentista. La devoción a María Santísima en su misterio de la Soledad tuvo especial acogida en la Casa Real de Francia, la cual fue introducida en España por Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia y de Catalina de Medici, quien contrajo matrimonio con Felipe II de España.
Antonio Ares, uno de los frailes de la Sagrada Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula, narraba en su Discurso del ilustre origen y grandes excelencias de la misteriosa imagen de Nuestra Señora de la Soledad del convento de la Victoria de Madrid, publicado en esa ciudad en 1640, que la reina Isabel tenía en su oratorio un cuadro que había traído de Francia que representaba las Angustias y Soledad de la Virgen. Un día, un fraile, confesor de una de las damas de palacio, fray Simón Ruiz, vio el cuadro y quiso tener una copia de él, pero no de pintura, sino una escultura, e insistió tanto hasta que la Reina (por obstinación o compasión, no lo sabemos) ordenó que se sacara el cuadro del palacio y se llevara al taller del escultor Gaspar Becerra para que este hiciera la imagen de bulto.
No lo tuvo fácil Becerra a pesar de ser un gran artista. Tardó un año en realizar la primera cabeza, que no gustó a nadie. No fue hasta el tercer intento -como cuenta una leyenda- luego de tener un sueño en el que una persona le animaba a que se levantara y fuera hasta la chimenea para coger un tronco de roble que se estaba quemando en el fuego y lo preparase, porque de él iba a sacar la imagen que deseaba. Al fin la tercera fue la vencida y satisfizo plenamente a la Reina que por recomendación de su camarera mayor, la condesa de Ureña, se decidió vestir a la Virgen, que solo tenía el rostro y las manos talladas, con ropas de viuda: delantera blanca, manto negro y rosario. De ahí el dicho popular que nos viene de la colonia «quedarse para vestir santos» para referirse a las mujeres núbiles no ingresadas a ninguna orden religiosa femenina, confinadas en sus casas para elaborar únicamente los vestidos para vírgenes y santos, vamos, las solteronas, apelativo de evidente desprecio.
Culminada la obra en 1565, se trasladó al convento de los los mínimos de la Victoria, en la carrera de San Jerónimo, junto a la Puerta del Sol, que había fundado el rey Felipe II cuatro años antes. La Virgen de Becerra, concebida para ser vestida y sacada en procesión, fue la primera imagen española de la Soledad y supuso una nueva tipología mariana, cuyo modelo se replicó casi sin variantes durante siglos. Precisamente una de esas reproducciones llegará a Caracas a mediados del siglo XVII, cargada de historias vernáculas.
Según crónicas descritas por Enrique Bernardo Núñez y Guillermo Meneses la talla de nuestra Virgen de la Soledad tiene una hermosa leyenda relacionada con Juan del Corro, a la sazón Alcalde de la ciudad para el año de 1651, y su esposa doña Felipa de Ponte. Es el cuento de la Virgen que llegó a la playa de la hacienda propiedad del Corro en Naiguatá. Por peligro de tormenta el capitán de la nave echó al agua la caja donde venía la imagen y la corriente la trajo hasta las costas del litoral central. Rescatada por esclavos de don Juan, piadoso como era, él y su mujer obsequiaron la escultura al convento e iglesia de la Inmaculada Concepción, que por el hecho de haber estado ahí los sacerdotes franciscanos se le ha llamado atávicamente «Iglesia de San Francisco», dando nombre incluso a la esquina en donde se encuentra ubicada así como a la ceiba centenaria que tiene a su frente.
La copia de la Soledad estuvo por mucho tiempo en la nave izquierda del templo (hogaño la encontramos en un hermoso retablo de la nave derecha). Las crónicas de esos tiempos nos cuenta que la efigie debía estar cubierta por tres velos, la cual no podía descubriese sino ante cuatro velas encendidas y en presencia de la mayor parte de la feligresía. La noche del Viernes Santo la Virgen de la Soledad permanecía en la Catedral, alumbrada por sus devotos, y regresaba al amanecer del sábado.
La Virgen de la Soledad, era también conocida como «de la Victoria», por ser el convento de la Victoria donde se encontraba tan venerada imagen. Esta locución se generalizó y universalizó para el culto de la Soledad de María. La talla del escultor Becerra que sirvió de modelo para la copia que conservamos en la Iglesia de San Francisco, permaneció casi 250 años en el convento de la Victoria. En 1660 se le había construido uno de los retablos más fastuosos que había conocido Madrid. Posteriormente, la escultura pasó a la Real Colegiata de San Isidro hasta 1936, año en que fue consumida por las llamas producto de incendios provocados tras las revueltas del Golpe de Estado contra la Segunda República Española. De las otras imágenes que realizara Becerra, se sabe que una llegó a Arganda del Rey (municipio de la Comunidad Autónoma de Madrid) la cual tuvo el mismo destino que su par «de la Victoria», pero en diciembre de 1808 tras el paso de las tropas francesas por la villa. De la otra aún no se tiene noticia, o ¿quién sabe, será la que tenemos en Caracas?
Nuestra Virgen de la Soledad fue coronada canónicamente In Nomine et Auctoritate Summis Pontificis por el cardenal José Alí Lebrún, Arzobispo de Caracas, en la plaza Bolívar capitalina, el 24 de abril de 1988, en acto público transmitido en cadena nacional de radio y televisión, momento en que el Prelado la nombra «Reina de Caracas».
El otrora fervor caraqueño a la Virgen de la Soledad ha ido mermando, en especial en tiempos actuales donde muchas personas lidian con un profundo vacío espiritual ensimismados en su soledad frente a dispositivos móviles. La Virgen de los Dolores de Caracas ha quedado sola, a pesar de ser reina de la ciudad.
Referencias
Calcaño. J.A. (2019) La ciudad y su música. Crónica musical de Caracas. Caracas: Universidad Central de Venezuela Ediciones de la Biblioteca EBUC.
Meneses, G. (1972) Libro de Caracas. Caracas: Concejo Municipal del Distrito Federal.
Novero Plaza, R. (s/f) La primera imagen de Nuestra Señora de la Soledad, Patrona de Arganda. Ayuntamiento de Arganda del Rey. Consultado 28/03/2021 http://archivo.ayto-arganda.es/archivo/biblio/PDF/02980001.pdf
Nuñez, E.B. (1988) La Ciudad de los techos rojos. Caracas: Monte Ávila Editores.
Datos del video (extracto):
Giovanni Battista Pergolesi: Stabat Mater / Nathalie Stutzmann, conductor · Philippe Jaroussky, countertenor / Emöke Barath, soprano / Orfeo 55 / Recorded at the Château de Fontainebleau, France, April 2014. Video by Ozango.