Octavio Sisco Ricciardi
Irunúu era un cazador wayúu que siempre le gustaba andar por el medio de la selva. Un día se encontró una niña abandonada y sucia en el monte. Él se la llevó a su casa y le dijo a sus tres hermanas que la asearan y enseñaran las tareas y trabajos que realizan cotidianamente las mujeres guajiras. Las hermanas se confabularon para maltratar a Walekerú –así se llamaba la niña- incluso no le daban comida. Pero no pasaba hambre, pues Irunúu muy placenteramente compartía su alimento con ella todas las noches cuando llegaba.
Irunúu tenía gran curiosidad por descubrir quién era el autor o autora de las maravillas que día tras día se conseguía en su casa. Habían tejido un hermoso chinchorro, una manta que parecía de seda, y tejidos de formas variadas. Desconociendo la procedencia de tales maravillas, un día ya de noche llegó más temprano que de costumbre, y cuidadosamente entró a su choza. Atraído por una desconocida fuerza y sorprendido por la hermosura de la doncella se percató que de su boca salían hilos que ella misma tejía y prontamente convertía en coloridos tejidos. Él fue acercándose mientras sentía una gran necesidad de abrazarla, cuando lo hizo la doncella desapareció y quedó convertida en la muchachita que él había encontrado en la selva. Ella le rogó no decir el secreto a nadie, aunque se reservó contar una parte del mismo.
Irunúu solo deseaba casarse con Walekerú y los espíritus malignos se aprovecharon de él y le convencieron de revelar de dónde salían las bellas mantas. Irunúu les reveló el secreto. Empeñado en casarse con Walekeré al tratar nuevamente de abrazarla se convirtió en araña. Y en sus manos solo quedó un ovillo de hilos. Walekerú, la tejedora, se perdió entre los árboles porque era hija de una araña.
Así relata la leyenda wayúu sobre el origen de su arte del tejido manifestado en multicolores e intrincados diseños de vestidos, mantas, chinchorros, susús (bolsos) y pellones. El pellón es una pelleja curtida que se usa sobre la silla de montar. Los wayúu van más allá: en vez cubrir los caballos y mulas con esos cueros casi deformes y de desagradable aspecto, los engalanan con sus diseños míticos de vivo color. Con el tiempo esos pellones pasaron de cubrir los lomos de cuadrúpedos amigos a decorar paredes de casas, edificios y museos en su condición de tapices.
La acción de tejer representa fundamentalmente la creación y la vida cuyo resultado se concreta en el tejido. De ahí, la expresión “trama de la vida” que nos habla con elocuencia sobre el simbolismo del tejido. No solo se trata de las ideas de atar e incrementar por medio de la mezcla de dos elementos (trama y urdimbre, pasivo y activo), ni de que el acto de tejer sea equivalente a crear, sino de que además, para cierta intuición mística de lo fenoménico, el mundo dado aparece como un telón que oculta la visión de lo verdadero y lo profundo.
Hilos que provienen de un cielo invisible e inconmensurable. La mitología de la antigua Hélade nos refiere a las tejedoras del destino, tres hermanas hilanderas que personifican el nacimiento, la vida y la muerte que identificaban como las Moiras. Los romanos las llamaron Parcas y en la cosmovisión nórdica de los pueblos germanos, Nornas.
Las tres se dedicaban a hilar; luego cortaban el hilo que medía la longitud de la vida con una tijera y ese corte fijaba el momento de la muerte. Hilaban lana blanca y entremezclaban hilos de oro e hilos de lana negra. Los hilos de oro simbolizaban los momentos dichosos en la vida de las personas y la lana negra, los periodos tristes.
En sus remotos orígenes el tapiz servía para abrigar las paredes en tiempo frío en las latitudes septentrionales pero en regiones áridas y secas como los desiertos y mesetas de oriente servían para protegerse del viento arenoso y aislarse del crudo frio nocturno. Si bien son conocidas las alfombras de hermosos arabescos, los tapices siguen las mismas técnicas solo que sus usos son variados. Se pueden citar tapices notables como aquel suntuoso del Tabernáculo judío ordenado por Moisés a modo de tienda del desierto (Éxodo, c. 36-39).
En la Edad Media los tapices empiezan a contar historias o representar los mundos idílicos, místicos o reales de sus vidas. El más famoso es el tapiz de Bayeux (también conocido como Tapiz de la reina Matilde) un gran lienzo de casi 70 metros de largo por 50 centímetros de ancho bordado del siglo XI, con inscripciones en latín, que describe los hechos previos a la conquista normanda de Inglaterra, que culminó con la batalla de Hastings. La primera historia novelada ilustrada de la cual se tiene noticia hasta ahora. Acaso el primer cómic.
Los tapices flamencos de los siglos XIII y XIV destacan por contarnos historias enrevesadas de los dioses del Olimpo pero además incorporan hermosas figuras del bestiario medieval (pegasos, unicornios, grifos, dragones) con doncellas y trovadores. En la Edad Moderna, el barroco haría lo suyo con sello propio. Entra en escena el gobelino que es un tapiz hecho en la Manufacture Royale des Gobelins de París. Entre los gobelinos son notorias las series de La historia de Constantino, Las Musas, La historia de Alejandro, La vida de Moisés y Don Quijote.
En la era Contemporánea el arte supera las convenciones estéticas tradicionales, especialmente a partir de las vanguardias, proporcionado a los artistas del tapiz una libertad creativa que se ha expresado en la posibilidad de no restringirse a la limitación del marco rectangular habitual, y experimentar con todo tipo de texturas y materiales y con el valor del espacio vacío y las irregularidades (collage, escultopintura), convirtiendo los tapices en piezas tridimensionales.
Precisamente en medio de la vorágine de las nuevas tendencias artísticas llega a nosotros -gracias a la genialidad, olfato e inspiración del arquitecto Carlos Raúl Villanueva- un ingeniero, escultor, pintor y artista versátil para obsequiarnos el mayor de los móviles concebidos: los “Platillos Voladores” (1955) del Aula Magna de la Ciudad Universitaria de Caracas. Se trata de Alexander Calder.
Calder, hijo y nieto de distinguidos escultores estadounidenses, nació el 22 de julio de 1898 en Filadelfia. En 1919 obtuvo el título de ingeniero en el Instituto Stevens de Tecnología. En 1923 ingresó en la Asociación de Estudiantes de Arte de Nueva York y en el otoño de 1926 se instaló en París.
A comienzos de la década de 1930 Calder inició sus experimentos en el campo de la abstracción, primero como pintor y después como escultor. Recibió una gran influencia de artistas abstractos europeos como Jean Arp y Piet Mondrian. Experimentó también con el movimiento, lo cual le condujo al desarrollo de los dos modos de escultura que le hicieron famoso, el móvil y el estable (stábile).
Los móviles de Calder (así denominados por el artista Dadá francés Marcel Duchamp) son estructuras de formas orgánicas abstractas, suspendidas en el aire, que se balancean suavemente. Los estables (llamados así por Arp) son formas abstractas inmóviles que, por lo general, sugieren formas animales en tono humorístico.
Sus esculturas abstractas están inspiradas en formas y fenómenos naturales. Calder combinó este nuevo interés por los movimientos naturales con una fascinación por las formas naturales. Según la National Gallery of Art, (Washington D. C.) “por lo general cortaba formas naturales que parecían hojas y pétalos en lugar de formas geométricas de bordes duros”, dando lugar a obras que recordaban estéticamente a ramas y flores. Podemos apreciar algunas esculturas de este tipo en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela: Estábil con hoja horizontal (1955), Estalagmita (1955) y Ráfaga de Nieve (1953).
Además, estas obras a menudo acentuaban la presencia del viento. Cuando los móviles de Calder se mueven con la brisa, cambian de forma y proyectan sombras interesantes, explica el museo. Algunos incluso ‘cantan’ mientras sus partes móviles se rozan entre sí. Juntos, estos elementos ilustran el interés de Calder por imitar la naturaleza con sus móviles.
Los 22 “Platillos Voladores” del principal paraninfo universitario como los nombró el propio Calder, producto del habla caraqueño pasaron a ser llamados “nubes”, por tanto para todo ucevista son “Las Nubes acústicas de Calder” o sencillamente “Las Nubes”. En realidad se comenta que la idea originaria del artista era que esas “nubes” tuviesen un mecanismo para ser más “móviles”; ajustables en sus posiciones y alturas para adecuar la acústica de la sala en eventos más íntimos. Sin embargo, el Aula Magna es una de las mejores salas del mundo pues para todo tipo de conciertos cuenta con una resonancia inmejorable. Sin necesidad de micrófonos o altavoces en la última fila del balcón se puede apreciar con nitidez la voz de un solista, el sonido de un cuatro, los instrumentos de cuerda de un grupo de cámara o la imponente presencia de una orquesta sinfónica. En los teatros a la italiana a esta zona se le denomina parasidum (paraíso).
La versatilidad de Alexander Calder lo condujo por otros derroteros artísticos, interesándose así por la pintura, el grabado, la artesanía de joyería, la escenografía y el tejido.
La Galería de Arte Nacional (GAN) en Caracas alberga una media docena de preciosos tapices elaborados por Calder cuyos diseños nos recuerda esas coloridas nubes que vuelan bajo el techo del Aula Magna. Tejidos esencialmente en colores primarios Glacier with coloured petals, Dirty Blues. Meal Cake n.° 12 o Les Vers Noirs son tapices que claramente nos evocan las nubes que cobijan al regio auditorio.
Es muy probable que en el inconsciente colectivo quedase la idea primigenia de Alexander Calder al equiparar esos móviles con las caprichosas formas de las masas de cristales de hielo o gotas de agua microscópicas suspendidas en la atmósfera, amante como era de la naturaleza, de sus formas y movimiento. Las nubes son progenitoras de fertilidad. Por ello, según las claves del antiguo simbolismo cristiano, las nubes son asimiladas a los profetas, pues las profecías son un agua oculta de fertilización y de origen celeste. Leyendas y mitos de todas las latitudes y épocas refieren apariciones y mensajes en cuerpos de agua o cerca de ellas, por lo que la nube es equiparada místicamente al mensajero.
Calder partió a los mundos ingrávidos un 11 de noviembre de 1976 en Nueva York, y quizás nos observa curioso desde alguna nube colorida que habrá tejido en esos espacios para el deleite de los moradores metafísicos.
Excelente. Cada día aprendo más de las cosas que menos me imaginaba..Muchas gracias
Excelente articulo y de gran información acerca de tan conocida sala, El Aula Magna es un Patrimonio Cultural y saber que en realidad las nubes eran platillos es muy interesante, mas aun cuando fue hace mucho tiempo.