Octavio Sisco Ricciardi
Las instituciones locales que se establecieron en la América española lo hicieron de manera espontánea ante las exigencias de la propia vida. Es entonces que los Cabildos, institución importada de la Metrópoli van aprobando los instrumentos jurídicos de regulación del quehacer cotidiano de los pueblos recién fundados. Esos instrumentos por excelencia son las ordenanzas, normas jurídicas que rigieron con primacía durante todo el período colonial.
Por las actas capitulares de las poblaciones americanas conocemos que las primeras formas de ordenanza que se registran en los Cabildos son aquellas que corresponden a los acuerdos tomados para solventar un caso concreto o los referentes a disposiciones tomadas sobre un tema determinado para regularlo en forma general.
Dentro de los rasgos comunes de las ordenanzas, hay diferencias entre las emanadas de los Cabildos y las dictadas por autoridades ajenas a los mismos. Mientras que las primeras eran más desordenadas, con poca estructuración y técnica legislativa, las últimas que eran dictadas por las Audiencias y Virreyes tenían un contenido político-administrativo más amplio.
También existían diferencias y características propias del lugar, por ejemplo, aquellas ciudades puerto de mar, y aun entre ellas no son iguales las preocupaciones. La ciudad de Veracruz, por ejemplo, recoge en sus ordenanzas determinadas disposiciones referentes a problemas que presenta la carga y descarga de mercancías en los fonderos del islote de San Juan de Ulúa y la Isla de Sacrificios, mientras que las de Cubagua, Nueva Cádiz, se preocupaban de los asuntos que se derivaban de la existencia de pesquerías de perlas en las costas.
La primera ordenanza dictada en suelo americano fue precisamente en la Nueva Ciudad de Cádiz, isla de Cubagua, aprobadas por el Cabildo de la ciudad en su reunión del día 5 de enero de 1537, posteriormente confirmadas por la Corona en Valladolid el 26 de enero de 1538.
Sabemos que en el Tercer Viaje de Colón los españoles pisarían la parte meridional de América, desembarcando en la zona de Macuro, (hoy municipio Valdez, estado Sucre), en agosto de 1498, siendo esta región parte de la masa continental suramericana.
Pero fue Cubagua el primer establecimiento que fundaron los españoles en Venezuela. En 1501 nacería, en la isla venezolana de Cubagua, la primera corporación que fundaron los europeos en América del Sur, llamado luego Nueva Cádiz. Posteriormente, en 1502 se fundaría el primer asentamiento en tierra firme llamado Santa Cruz, ubicado en la bahía Honda (Colombia) y la laguna de Cocinetas, cerca del actual Castilletes (Venezuela). Fue erigida por Alonso de Ojeda.
Nueva Cádiz fue implantada inicialmente en 1500 por el marino italiano, al servicio de Carlos V, Giacomo Castiglione (luego castellanizado por el de Santiago Castellón) como campamento temporal para la explotación de las pesquerías de perlas. Fueron las perlas la motivación de la fundación pero también motivo de su perdición.
No por acaso en la sección VIP del Infierno de Dante se encuentran los especuladores y estafadores. La aprobación de la ordenanza primigenia en Cubagua se centró esencialmente a regular el pago en reales que muchos de los extractores y comerciantes de perlas recibían, el cual no ajustaba a la realidad gracias a un trucado estándar de medida en el peso, estableciendo multas por su infracción. No hace falta ser un paleógrafo para entender el texto del primer artículo de dicho instrumento legal que a continuación se transcribe, pues no dista mucho de la ortografía que suele usarse en la red 2.0.
1. — Primeramente, por quanto en el contratar e pescar las perlas muchas personas rreçibeii agravio en pesar con marcos por cantidad, porque los que las rresçiben o las dan no las puedeti dar ni rreçibir justamente con las pesas del dicho mareo, e porque en ello aya [la] rretitud que conviene, se hordena e manda que aya las pesas menudas siguientes:
pesa de a dos tomines e de a umi tomín e de a seis granos e de a tres granos, las quales pesas se mandan hazer porque, como dicho es, con las dichas pesas de marco no se puede dar lo justo, por no las poder dividir en tomines e granos como conviene, e los que las rresçiben acaesçe no saben de las pesas, por tanto se horderia e manda quel fiel [f° 158] desta çiudad haga las dichas pesas que cleçienden del mareo a rrazón de a diez e seis pesos como al presente corren y en cada una de las dichas pesas estará su quinto, en manera que cada uno sepa lo que a de ayer e dar e rresçibir, e que lleve el dicho fiel por las dichas pesas a tres rreales de oro por todas quatro, e que ninguno sea osado de pesar perlas en las dichas quantías salvo por las dichas pesas, so pena de tres pesos de oro por la primera vez que lo contrario hiziere e seis pesos por la segunda, aplicadas la terçera parte para obras públicas e gastos de sala e la otra terçera parte para el denunçiador e la otra terçera parte para el juez que lo sentençiare.
En su cénit comercial, el ingreso que recibía España por concepto de la pesquería de perlas se equiparaba en valor monetario al suministrado por el oro del Perú. En ese entonces, Nueva Cádiz no solo contaba con una numerosa población de españoles e indígenas —éstos últimos, obligados a trabajar como buzos en la recolección de perlas—, sino también de esclavos negros traídos de las "factorías" africanas. Nueva Cádiz también fue objeto de ataques de piratas como Diego Ingenios y Jacques de Sores, que sitiaron el poblado y llegaron a capturar a su gobernador, Francisco Velázquez.
Lo cierto es que la codiciosa voracidad hizo que luego de agotados los ostrales, los comerciantes buscaron otros derroteros, mermando la población. Hacia 1543 la isla fue arrasada por un huracán, lo que obligó definitivamente a dejar a su suerte a la incipiente ciudad. Sería la inclemencia del tiempo junto con la erosión del mar a reducir con escasos testimonios edificables, lo que hoy podemos observar. Otras piezas arqueológicas de interesante valor, como los escudos de Nueva Cádiz y del Convento de San Francisco así como las gárgolas de piedra, pueden ser admiradas en el Museo de Nueva Cádiz en La Asunción, isla de Margarita.