Octavio Sisco Ricciardi
Cuando en 1992 sonaba en las emisoras de radio, discotecas y minitecas del momento el “Rhap del Autocine” del grupo musical “Rhapsodia”, a quien se le atribuye el subgénero “tecnomerengue” al grabar en 1987 con dos sintetizadores y una batería electrónica (toda una innovación para la época), con otros instrumentos tradicionales como la conga, la canción “Nuestro Amor”, los autocines en Caracas se habían extinguido casi por completo, restando algunos estertores del primer autocine de Venezuela y de Suramérica que se abrió paso en la Caracas de 1949: el Autocine Los Chaguaramos.
En el sector sur de la ciudad, precisamente en el corredor de los distritos petroleros que estaban surgiendo sin freno como es el caso de la urbanización de Los Chaguaramos junto con Santa Mónica, Las Acacias, Bello Monte y Las Mercedes, iniciaba operaciones el autocine epónimo, próximo al edificio de la Creole Petroleum Corporation, hoy sede de la Universidad Bolivariana de Venezuela. En su proyecto participaron los ingenieros Antonio José Fuenmayor y Gustavo Gutiérrez Otero. Tenía una capacidad para 250 automóviles y asiento para 550 espectadores adicionales. Es que no puede hablarse de autocines sin mencionar al protagonista estrella: el automóvil.
En tiempos de postguerra, Caracas sufriría su transformación a expensas del carro desplazando al peatón. Se trazaban enclaves urbanísticos cuyas arterias eran precisamente avenidas y autopistas. Era la época del car boomer por lo que la ciudad era invadida del frenesí importado de la American way of life. No en vano en 1951 cercano del autocine Los Chaguaramos se inauguraba el edificio Cars, acrónimo de Camiones, Automóviles, Repuestos y Servicios, en el mismo sector al lado de la plaza Las Tres Gracias frente al Paseo Los Ilustres y la Ciudad Universitaria.
El autocine (llamados también autocinema, drive-in theater o cine-car) no es más que la incorporación del vehículo dentro de una sala de cine a cielo abierto, nacido en New Jersey en 1932. No podían imaginar los hermanos Lumiére cuando realizaban a mediados de la última década del XIX sus primeras exhibiciones públicas en las inadvertidas instalaciones del Gran Café de París (1896) hasta 1913, con la inauguración del Regent de Nueva York (la primera sala especialmente pensada para presentaciones cinematográficas en el mundo) la explosión planetaria de las salas de cine, generando una propia modalidad en la arquitectura de las ciudades, lugares de encuentro y recreación sociales diferentes a los teatros y salas de concierto. Desde los primeros tiempos cuando esta novedad estaba solo para el bolsillo de unos cuantos hasta socializarse con días de precio popular, la evolución de los cines ha sido tan intensa como la espuma de una cerveza: rápida en subir y bajar.
Como nos ilustra Guillermo Barrios en su “Inventario del Olvido” (1992), el cine tarda en llegar en Caracas por razones propias de la sociedad venezolana de aquellos tiempos, por lo que el ímpetu del séptimo arte incide serenamente en la ciudad. Iniciado el siglo XX se registran primigenias noticias en la prensa local sobre eventos de exhibición pública, con el uso del “peliculatógrafo” y el “sincronotógrafo” como adelantos de proyección. Así lo refería el diario El Universal de 15 de julio de 1909 (página 6) que en un tal Cine Popular “espacioso lugar situado al sur de la Plaza Candelaria principiará a funcionar un buen cinematógrafo Pathé”.
El Teatro Caracas ubicado en la esquina de Veroes, llamado también el “Coliseo de Veroes”, célebre por haberse estrenado la zarzuela “Alma Llanera”, nuestro segundo himno nacional, joropo compuesto por Rafael Bolívar Coronado con música original del maestro Pedro Elías Gutiérrez en 1914, bajo la gerencia de la Compañía British Cine & Co, adaptaron transformaciones para adecuarlo como sala de cine ese mismo año. Al anochecer del martes 1° de abril de 1919 un insaciable incendio lo destruyó.
En realidad la primera estructura establecida para cumplir la función de sala de cine estuvo de Puente Anauco a Paradero, el Cine Candelaria, en la parroquia La Candelaria en 1916. Pero la protosala moderna de cine surge en pleno corazón del casco histórico caraqueño, entre las esquinas Principal y Monjas de la parroquia Catedral, con la inauguración del “Teatro Princesa” en 1917, originalmente diseñado por Alejandro Chataing, con una remodelación poco tiempo después, conforme al proyecto de otro arquitecto, Gustavo Wallis Legórburu, rebautizado “Teatro Rialto”. En este contexto histórico el 29 de abril de 1943 es inaugurado el remodelado edificio, rediseño que estuvo a cargo de Rafael Bergamín, uno de los destacados arquitectos del grupo procedente del País Vasco venidos a Venezuela en el primer tercio del siglo XX, oportunidad que cambia su rótulo por el de “Cine Rialto”, plantándose para el momento como eje fundamental de proyección de películas venezolanas y extranjeras, consolidando el principal circuito comercial del momento. Su diseño refleja la tendencia moderna propia de los años 40 con líneas y volúmenes sencillos. Hoy alberga el “Teatro Simón Bolívar” después de ser recuperado y restaurado por la Gobernación de Caracas, funciona como complejo cultural y teatral. Posee 679 butacas adornadas con símbolos alegóricos al Libertador Simón Bolívar, 504 puestos en el Balcón y adicionalmente tiene disponible una sala de usos múltiples con capacidad para 175 personas, además dispone de áreas habilitadas para exposiciones.
Es curioso que existen o existieron diversos teatros o cines bajo el nombre “Rialto” en ciudades tan dispares como Maturín, Barquisimeto, Arizona o Madrid. Rialto nos recuerda a la zona en el sestiere veneciano, San Polo, conocido por sus mercados y por el famoso puente de Rialto del siglo XIV el más antiguo de los puentes en los canales de Venecia.
La llegada del autocine Los Chaguaramos coincide con el auge de esta modalidad de disfrute de filmes en panorámicas pantallas. En sus comienzos, el sonido de las películas provenía de cornetas colocadas en la pantalla, después de altavoces individuales colgando de la ventana de cada carro; también había parales metálicos enclavados en cada lado del chofer, el cual podía enchufarse a la fuente original con un cable. El sonido no era precisamente de buena calidad además de oírse constantes rebotes del mismo, cual eco siniestro.
Generalmente se producían rayones en las puertas de los carros por la colocación de las dichosas corneticas, sumadas a las bandejas de aluminio con ganchos que suministraban la Fuente de Soda con los refrigerios pedidos por los comensales. Estas bandejas se apoyaban entre los vidrios a medio subir de la puerta de cada puesto. Los automóviles resistían esos embates de tanto jaleo hasta que las carrocerías fueron sustituidas por materiales maleables, que si bien están diseñados por razones de seguridad para absorber impactos, son más propensos a magullarse con facilidad.
La nocturnidad sumado a los espacios íntimos que facilitaba la cabina del carro, generaban ambientes propicios para desplegar actividades paralelas. Se dice que uno de cada cuatro baby boomers nacidos entre 1946 a 1965 ha sido fruto de encuentros furtivos a la luz de la pantalla bajo el domo abierto, con lo cual coincide con el apogeo de los autocines. Es posible que los jóvenes de esa generación y la siguiente (la “X”) entre 1965 a 1979 hayan disfrutado de los autocines. Para los chicos de las siguientes, la “Y” los milenios o millennials entre 1980 hasta 2000 así como la posmilénica (la “Z” después del 2000) no llegan a ser más que historias contadas por sus padres o abuelos, una suerte de pleistoceno del cine.
Basta pensar que con la vorágine tecnológica desde la televisión que en cierto modo llevó el cine a la sala de cada hogar, luego los reproductores de cintas (Betamax, VHS, DVD, CD-Room), la venida posterior de la televisión por suscripción (cable o satélite), pasando por aquellas grandes parabólicas plateadas allá a mediados de los 80, que invadieron una infinidad de terrazas en condominios y quintas en las zonas del este de la ciudad, la parabólica bommers, que simulaban un paisaje de idílicas estaciones espaciales de planetas que se pretenden conquistar, pirateándose así la señal: la moral de doble rasero; la irrupción de la internet, los celulares inteligentes con las diversas plataformas digitales como YouTube, Twitter, Twich, Tik Tok, Instagram, aunque a decir verdad este último medio es para insuflar vanidades (superando con creces al Facebook que está en decadencia) y que la mayoría de sus usuarios pasan por alto aquel pasaje del Eclesiastés: Vanitas vanitatum omnia vanitas (Vanidad de vanidades, todo es vanidad). La vida es un postureo en bucle.
Todos esos recursos y medios han ensimismado a las personas, onanistas del disfrute separándolo del goce colectivo, del compartir, la conversación cara a cara. No se observa el cielo, las nubes, las estrellas o los árboles en flor sino con el foco fijo al aparato de pantalla oscura (Black Mirror, dixit). Han quedado en la memoria recóndita de algún caraqueño o en el registro de hemerotecas o bibliotecas, los desaparecidos autocines Cinecar (1960, California Norte), Cineauto del Este (1961, Sebucán), Cinemóvil Tamanaco (1962, Chuao). Autoteatro Paraíso (1963, Montalbán), Cineauto Andrés Bello (1965, Av. Andrés Bello), Autocine Los Ruices (1966, Los Ruices) Autoteatro Valle Arriba (1966, Santa Fe Norte) Autocine Prados del Este (1969, Santa Fe Norte) Autocine Los Cortijos (1970, Los Cortijos de Lourdes), Cinemóvil La Paz (1971, El Paraíso), Cineauto La Boyera (1972, La Boyera) y los últimos de esta saga, Cafetal 1 y 2 (1974, Los Naranjos de El Cafetal).
Pero la pandemia por la COVID-19 ha incentivado a la cadena de cines de Venezuela a retomar al autocine olvidado y poner a disposición al menos siete autocines durante el 2020, según recientes noticias. Ha anunciado que estrenarán tres de ellos en Caracas, el primero en el estacionamiento de la Universidad Metropolitana (Autopista Petare-Guarenas, Distribuidor Metropolitano); el segundo, en el estacionamiento del Hotel Tamanaco (Chuao) y el tercero, en el estacionamiento de Los Próceres (El Valle).
¿Todo lo pasado fue mejor?
Referencias
Barrios, G. (1992) Inventario del Olvido. Caracas: Fundación Cinemateca Nacional/CANTV/FUNDARTE
Muchos recuerdos de esa época, en Caracas teníamos muchos autocines y obviamente el espacio necesario para su instalación hizo que los terrenos aplicaran para otros fines, igual el avance en la calidad de las películas y especialmente en el sonido hizo perder el interés general en esta alternativa
Magnífico relato de una época que pude disfrutar y que difícilmente regrese. Muchas gracias por escribirlo. Recuerdos inolvidables
Nunca lo utilicé.