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¡A ponerse las alpargatas que llegó La Llora de Aragua!


Lic. Natchaieving Méndez



Desde octubre el ambiente cambia en el municipio José Félix Ribas y poblaciones cercanas como El Consejo. Pese a cualquier circunstancia la fiesta durante estos días se impone para honrar una de las herencias culturales más auténticas del pueblo aragüeño: La Llora, expresión popular declarada en 2018 Bien de Interés Cultural de la Nación.


Representación de La LLora

Es tanto el arraigo de este baile popular que se hace en pareja y que tiene como principal día de encuentro el 2 de noviembre, que las comunidades se apropian de los orígenes de esta suite compuesta por seis piezas (siete en Zuata) que se bailan en pareja, en forma circular, alrededor de una mata de plátano. No obstante, la fecha y el lugar exacto de su origen quizás será por siempre un enigma pues si bien se han encontrado registros antiguos de la presencia de esta expresión cultural, cada nueva revisión de la historia de esta tradición trae consigo hallazgos que incluso, refirió en un conversatorio el cronista de La Victoria, Germán Fleitas Nuñez, ubican bailes de Llora en la ciudad de La Villa y en Caracas.


De allí que trabajos escritos por investigadores como Abilio Reyes, Miguel Cardona, Lisandro Alvarado, Luis Manuel Urbaneja Achelpohl, Simón Enrique López, Aníbal Guerreiro, Gisela Pastori, Wilfredo Aristigueta, entre muchos otros, acompañan los recuerdos de los victorianos, zuatenses y consejeños para ofrecer una bitácora que define esta manifestación popular, fiel muestra de la hibridación cultural que tuvo lugar en Venezuela con la llegada de los invasores europeos al Abya Yala (nombre con el que los pueblos originarios nombran al continente americano).


Pareciera que solo es un baile y, en algunos casos, restringido al ámbito escolar pero la realidad es otra. Meses previos al 2 de noviembre se activa el movimiento para celebrar La Llora; incluso, algunos defensores de esta expresión como los integrantes del Colectivo La Llora de Aragua así como docentes y músicos de La Victoria hacen de la difusión de este patrimonio aragüeño su bandera de vida.


Tal como se ha mencionado en estos mismos espacios en años anteriores, existen diversas pistas que indican que La Llora es una huella de los rituales fúnebre practicados por los pueblos originarios venezolanos. Uno de estos indicios es, por ejemplo, la forma circular de su escenificación coreográfica propia de las comunidades indígenas.


En una de las investigaciones de Lisandro Alvarado, el escritor refería que algunas comunidades aborígenes realizaban ceremonias después de que el cadáver había quedado sin materia blanda; se guindaba el esqueleto al pie de un árbol y los familiares danzaban y escenificaban con cantos las hazañas y gustos del difunto; incluso, imitaban con gestos y movimientos los animales que cazaban. También el grito de guerrero aborigen al finalizar cada son de La Llora remonta a los primeros pobladores de la región.


Es posible que con la llegada de los invasores europeos, la estrategia empleada por estos para expandir e imponer la religión católica, de permitir a los que denominaban “infieles” practicar sus rituales pero dentro del calendario cristiano, haya trasladado esta ceremonia al 2 de noviembre.


No obstante, existe otra versión ofrecida por Simón H. López que supone que este baile tiene su origen en la época colonial como “una burla, de las clases consideradas inferiores a los grandes bailes ofrecidos por los mantuanos”.


Lo cierto es que tal como lo enfatiza Germán Fleitas Núñez, La Llora, como la mayoría de los manifestaciones venezolanas, es una mezcla de quienes originalmente poblaban los valles aragüeños, con el aporte europeo y africano. A este hecho el cronista lo llama “mezcla de mezclas”, pues cada uno de estos grupos a su vez han cambiado sus costumbres en el tiempo. “Nosotros somos descendientes de todo”.


Existió un período específicamente antes de la década de 1980, en el que esta expresión popular dejó de tener una fuerte presencia. Una de las razones argumentadas por Aníbal Guerreiro tiene que ver por un lado con que estas fiesta en un tiempo no eran consideradas ajustada a la “moral y buenas costumbres”. En este sentido, en 1945 Urbaneja Achelpohl refiere en uno de sus escritos que eran jornadas de “amanecida, en la que solo bailaban mujeres de bares”.


Por el otro, tiene relación con la utilización de la fecha, vinculada al carácter religioso y de recogimiento por el recuerdo de los seres fallecidos. Sin embargo, aunque tuvo una débil presencia con algunos intentos de reavivarla, sobre todo a finales del siglo XIX y a principios del XX, esta fiesta se mantuvo en caseríos aragüeños como Zuata, El Consejo, Pao Zárate, La Otra Banda e inclusive en algunas haciendas de La Victoria.


El docente e investigador Oswaldo Mujica refiere que en la década de finales de los 60 en las escuelas victorianas se bailaba La Llora en cumplimiento del pénsum de la época. Destaca que la música no era tal cual como se conoce. “La Llora que yo empecé a escuchar no es La Llora que nosotros actualmente conocemos, porque la recuerdo y tengo la evidencia de que en aquel entonces el Ministerio de Educación dotaba a las escuelas con discos (…) parecía más bien un tamunangue. No tenía seis pasos, solamente tenía cinco”, comentó.


Desde finales de los 70 y durante la década de los 80, agrupaciones dancísticas tenían este baile dentro de su repertorio e incluso en las escuelas el estudio de esta expresión era parte del pensum dictado en la primaria. Fue precisamente el levantamiento historiográfico de activadores culturales como Alsalcia Alvarez (+) y docentes como Gisela Pastori, Teresa Samele y el grupo Vera a finales de los 70 lo que sacó de su tímida exposición a esta expresión que hoy es uno de los íconos de Zuata, La Victoria y El Consejo.


El maestro arpisto Pedro Sanabria, victoriano de nacimiento y zuatense de corazón como el mismo lo dice, recuerda que en los últimos años de la mencionada década, una profesora de la población de Zuata, Teresa Samele, por influencia del éxito del Grupo Vera creó una agrupación de La Llora. “Se decía que los bailadores viejos del pueblo iban a La Victoria a hacerla (La Llora), mi mamá tiene 89 años y dice que cuando venían del campo a La Victoria una vez un 12 de Febrero vieron un baile de La Llora en una plaza y uno de los bailadores tenía una cabeza de ganado”.


Ciertamente algunos pequeños grupos de proyección se formaron en este tiempo tras el auge de agrupaciones como Vera y Un solo pueblo. Uno de ellos, comenta Belén Matilde Ramírez Sosa, integrante y fundadora del Colectivo La Llora, eran las Danzas José Félix Ribas que dirigía la docente Alsacia Álvarez, quien junto a Gisela Pastori integraban la Junta 12 de Febrero, encargada de organizar las fiestas de la juventud en La Victoria. “Yo entré a las danzas por mi hermana Nubia Ramírez, entré como maquilladora. Luego el profesor Aníbal Guerreiro me invitó a hacer un trabajo sobre La Llora e integró los bailadores de La Llora porque no teníamos otra cosa (…) fuimos a hacer investigaciones que comenzaron acá en La Victoria”, relata Belén.


En 1980 se decide realizar una reconstrucción de esta manifestación popular y se invita al Grupo Vera, cuyo director era Guerreiro, para que interviniera en la parte musical. Desde este momento comienza entonces la fusión de las pequeñas agrupaciones existentes con el Grupo Vera, hasta crear en 2005 una organización que unió a las cerca de 36 agrupaciones culturales relacionadas con la tradición y que tuvo como finalidad conservar esta festividad declarada posteriormente Patrimonio Cultural Inmaterial del municipio José Félix Ribas y del estado Aragua.


“No hemos dejado de trabajar en La Llora de ese año para acá, de aquel tiempo solo quedamos cinco personas (…) La Llora es parte de mi vida, yo tengo dentro de ella más años de los que estuve fuera. Tengo 62 años y estoy desde 1978 (...) He tenido la dicha de representar a mi municipio en el estado, a mi estado en mi país y a mi país internacionalmente”, expresa Belén, quien además como docente ha multiplicado sus saberes en colegios, liceos y comunidades como el resto de los integrantes del Colectivo La Llora.


En los últimos años La Llora de Aragua ha tomado un gran auge. Por un lado, en la población de Zuata se mantiene un fuerte arraigo la manifestación. Enlazan esta celebración con el inicio de la Navidad y en el pueblo todo gira en torno a esta celebración. Por el otro, en La Victoria, si bien tuvo poco auge durante un tiempo a causa de servir de “ciudad dormitorio” para quienes laboraban en Maracay, Los Teques y Caracas, en los últimos tiempos el movimiento de músicos de la localidad se han tomado la tarea de hurgar sobre los sonidos originales de esta expresión y además llevar a delante la manifestación desde los saberes y posibilidades de las comunidades, adhiriendo a esta causa aliados como el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, núcleo La Victoria.


Uno de los aspectos más interesantes de esta manifestación es que los esfuerzos para mantenerla tienen su enfoque, especialmente, en el ámbito escolar, lo que de alguna manera garantiza la continuidad del conocimiento en las futuras generaciones. Para ello organizan conversatorios, charlas y encuentro escolares de bailes de Llora, lo cuales deben tener unos requisitos como la integración comunidad-escuela para que sea tomado como parte del programa de celebración. Una estrategia que asegura que esta expresión popular perdure en el tiempo.

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